Valeria
Las calles de la ciudad se llenaban de risas y juegos de niños, mientras en un edificio que se alzaba imponente, pero frío y distante, Valeria observaba el mundo desde una ventana. Esa ventana era su único enlace con el exterior. Cada atardecer, las sombras reflejaban su silueta frágil y enclenque, una consecuencia de la atrofia muscular espinal que la había atrapado en un cuerpo que no respondía a sus deseos.
Sus padres, inmigrantes sin recursos, la habían dejado al cuidado de un estado que apenas podía hacerse cargo de sí mismo. Y cuando parecía que una familia de acogida le daría el amor que tanto anhelaba, la enfermedad golpeó, cruel e implacable. El diagnóstico fue un golpe devastador, dejándola más aislada que nunca.
Conectada a máquinas que zumbaban y pitaban, Valeria sentía cómo el peso del abandono y la enfermedad se cernía sobre ella. Los médicos y enfermeras se movían alrededor de su cama como sombras, cuidándola con profesionalidad pero sin poder llenar el vacío que sentía en su corazón.
Sin embargo, entre esos susurros y sombras, un día entró una doctora llamada Rosa. Rosa tenía una luz diferente, sus ojos mostraban comprensión y sus manos, aunque firmes y seguras, eran cálidas y consoladoras.
Rosa no solo veía a Valeria como una paciente, sino como la niña que era: llena de sueños, deseos y esperanzas. Comenzaron a compartir historias, risas y hasta lágrimas. Aunque Valeria no podía moverse ni hablar, Rosa la entendía, le leía historias y le cantaba canciones.
Un día, Rosa trajo una carta y la leyó en voz alta. Era de una familia que, habiendo conocido la historia de Valeria, estaba dispuesta a adoptarla, a brindarle ese hogar y amor que siempre había anhelado.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Valeria, no de tristeza, sino de esperanza. Porque, a pesar de la oscuridad, el abandono y la enfermedad, había encontrado a alguien dispuesto a ver la luz dentro de ella.
Esto es una historia real, ¿serías tú esa familia?